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𝗦𝗲𝗴𝘂𝗻𝗱𝗼 “𝗧𝗶𝘁𝗶𝗻𝗮” 𝗖𝗮𝘀𝘁𝗶𝗹𝗹𝗼: 𝗲𝗹 𝗶́𝗱𝗼𝗹𝗼 𝗿𝗼𝘀𝗮𝗱𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗲𝗹 𝘁𝗶𝗲𝗺𝗽𝗼 𝗻𝗼 𝗯𝗼𝗿𝗿𝗮

  • José Luis
  • hace 1 minuto
  • 2 Min. de lectura
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Hay figuras que trascienden generaciones y permanecen intactas en la memoria del fútbol peruano. Segundo Castillo Varela, el inolvidable “Titina”, es una de ellas. Ídolo eterno del Sport Boys del Callao, fue un futbolista adelantado a su época y símbolo de un estilo elegante y creativo que marcó al balompié nacional, hoy lo recordamos añorando un mejor tiempo.


Chalaco de nacimiento, “Titina” vio la luz el 17 de julio de 1913 y desde temprana edad dejó en evidencia su talento excepcional. Dueño de una técnica depurada y una visión privilegiada, fue pionero de un juego basado en el toque, la habilidad y la inteligencia en el mediocampo. Su influencia fue tal que quedó inmortalizado en el himno rosado: “La cruza un half que domina, igual a Titina”, una frase que resume su grandeza dentro del campo y su arraigo en el Callao.


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Defendió la camiseta del Sport Boys durante seis temporadas (1933–1939) y fue protagonista del bicampeonato rosado en 1935 y 1937, consolidándose como una de las máximas figuras de una de las etapas más gloriosas del club y ganándose para siempre el cariño de la hinchada chalaca. Debemos reiterar que si no hubiera sido por la participación nacional en las olimpiadas, el cuadro rosado, con toda autoridad hubiera consolidado un tricampeonato totalmente merecido.


Con la Selección Peruana también dejó huella. Participó en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, fue campeón de los Juegos Bolivarianos en 1938 y levantó el título sudamericano en la Copa América de 1939. Su rendimiento lo llevó a ser considerado el mejor mediocentro sudamericano de su época, un reconocimiento reservado para los grandes del continente.


𝗨𝗻 𝘃𝗼𝗹𝗮𝗻𝘁𝗲 𝗳𝘂𝗲𝗿𝗮 𝗱𝗲 𝘀𝗲𝗿𝗶𝗲


En una era de esquemas rígidos y funciones limitadas, “Titina” rompió moldes. Fue un volante total: recuperaba, organizaba y distribuía con una inteligencia táctica notable. Delgado, ágil y elegante, jugaba con naturalidad y parecía bailar con el balón, desarmando rivales y conquistando tribunas.


Su talento cruzó fronteras. En 1939 se despidió del público chalaco con una emotiva vuelta olímpica y partió al fútbol argentino para integrar el Club Atlético Lanús. Posteriormente, también defendió la camiseta de Magallanes en Chile, confirmando que su calidad no conocía límites ni geografías.


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Más allá de los títulos y los números, “Titina” dejó un legado profundo: emociones, identidad y una manera distinta de entender el fútbol, como una expresión artística. Genio y figura, líder silencioso y emblema de una generación dorada. Un chalaco que dejó un legado.


Segundo “Titina” Castillo es y será siempre una leyenda del Sport Boys, un ídolo rosado que merece ser recordado, respetado y transmitido a las nuevas generaciones. Hoy como ayer: ¡Vamos Boys toda la Vida!


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